miércoles, 30 de noviembre de 2011

El Nº3





Corriendo

 Corría por la ciudad, a toda velocidad. Los grises edificios no evocaban ningún tipo de atracción para mirarlos, la vista los ignoraría, los tomaría como parte del horrible paisaje de esa mañana de invierno.
 Más rápido, cada vez más rápido, me movía, si alguien pudiese haberme visto, vería a una gacela corriendo, espantada por un depredador que andaba en la oscuridad. Pero no era tan así. El depredador no me perseguía, ni siquiera había uno, y si lo hubiese ya estaría muerto, porque con tan sólo una simple mirada, su corazón habría parado de latir.
 Llegué a la esquina, junto al edificio blanco, reluciente. Era el único con que la vista podía distraerse, pero lo ignoré, tal vez por lo concentrado que estaba en la misión, o porque de gris este se tiñó. Y seguí corriendo esta vez ya no tenía aliento, y tuve que parar, sobre el gran sauce junto al río.
 Allí estaba, todavía flotando en aquella balsa de madera, el ataúd sellado. El que dentro tenía a un cuerpo condenado y violado, torturado y demacrado, tu cuerpo sin vestiduras, aún recuerdo tus largos cabellos oscuros, y tus ojos, esos bellos ojos que me juzgaban que me condenaban.
 Lo tuve que hacer, no había otra opción. Até la cuerda de la balsa a mi cuello, y dejé que la corriente me arrastrara hasta el fondo del río.